miércoles, 6 de agosto de 2014

CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE VILLARALTO

                                                    PLENO SOLEMNE 
                  CORPORACIÓN MUNICIPAL DE VILLARALTO 





MANUEL FERNANDEZ FERNANDEZ
CRONISTA DE VILLARALTO


VISTA GENERAL DEL ACTO
CORRAL DEL MUSEO DEL PASTOR

TERE DUEÑAS PUSO LA MUSICA

 EN SU PRIMER  DISCURSO COMO CRONISTA OFICIAL

Estimadas y respetadas autoridades;
Representantes de los distintos colectivos que forman el pueblo;
Queridos paisanos y amigos;
Buenas tardes.

Mira que he dirigido veces, cuando era monaguillo, desde el púlpito, el rezo del rosario,
que he leído epístolas y escenificado la Pasión desde el altar mayor de la iglesia, cuando era seminarista, y que algún que otro Jueves Santo, por las calles, le puse voz a las estaciones del Vía Crucis.
 Y que, incluso, he dado el pregón de la Feria y he presentado a varios pregoneros…
Pero desde que el Ayuntamiento empezó a diseñar el acto de esta tarde en el que debía dirigir unas palabras a los asistentes no he dejado de darle vueltas a ese gustoso encargo porque dudaba de si sabría estar a la altura del honor que hoy me otorga mi pueblo: entregarme el título de cronista oficial de la villa con el beneplácito de todos los grupos políticos que componen la Corporación Municipal. Debe ser que impone respeto volver a los escenarios de la infancia, nuestra auténtica patria, y comportarnos en ellos como adultos.

Antes que nada he de hacer un recordatorio público de don Rafael Gómez Muñoz, mi antecesor, que dejó impresas las bases de la historia de Villaralto con sus libros, una tarea cuyo alcance a lo mejor todavía no se puede apreciar en su justo valor pero que las generaciones venideras –no sabemos en qué formato—agradecerán porque, suponemos, no querrán que se pierda la memoria de su tierra.

A la hora de elegir escenario para este acto se vieron como idóneos el salón de plenos del Ayuntamiento y el Polivalente, dignos espacios para cualquier solemnidad. Pero una especie de brújula interior me señalaba un inevitable norte magnético que se paraba aquí donde estamos, en el corral del Museo del Pastor.
 Y le he encontrado explicación. Desde agosto de 2006, esta casa del siglo XIX, adaptada como museo a los usos del XXI, guarda el alma, la memoria y la creatividad de Villaralto, desde los tiempos de aquellos legendarios pastores, oriundos de Torremilano, hasta los de sus actuales habitantes; desde aquellos mayorales a los que la epopeya del hambre les condujo, en su búsqueda de dehesas y pastos propios, por las veredas y cañadas de la independencia a colocar sus chozos y escasa hacienda por estos predios, hasta sus descendientes, cuyo arte se exhibe periódicamente en exposiciones en sus estancias y paredes.
         Y porque la infancia de muchos de los villaralteros que estamos aquí no ha sido ajena a cuadras, zahúrdas, pajares, tejas, piedras y pozos como los que componen esta panorámica, que nos envuelve como en un decorado, pero que tiene la fuerza de lo auténtico y real, de cuando la niñez jugaba sin complejos.
No es que con este acto oficial del Ayuntamiento de Villaralto estemos redimiendo espacios que la memoria quizá tiene relegados, es que somos nosotros, los de esta época, quienes debemos estar agradecidos a nuestros ancestros por habernos dejado entrar en este su sagrado túnel del tiempo --en el que guardan parte de su historia- cuya fisonomía nos es familiar.
         Y, en fin, quizá porque, inconscientemente, pensaba que sería una experiencia inolvidable, propia de la colección de momentos impagables, hablar desde (al lado de) una zahúrda --los primeros pasos de aquellos cochinos de los corrales de nuestra infancia, cuyos jamones ibéricos todavía no habían alcanzado la fama de un futbolista--, sólo posible desde un espacio tan noble como este Museo del Pastor, al que le pone firma Paco Godoy y cuyas galerías y paneles ha revalorizado la pintura, la fotografía, el grabado sobre el mármol, las manualidades propias de sala de subastas, la forja o la artesanía relacionada con el pastoreo, de nuestros paisanos artistas.

         La primera conciencia que tengo de Villaralto es la calle Lucero vista desde la altura de los ojos de la mujer que me llevaba en brazos, y luego desde su regazo, sentados ante la lumbre de una casa con el suelo de tierra y cagajones.
 Con estos elementos comenzaría una hipotética crónica que tuviera que firmar el día que el Ayuntamiento me ha dado el espaldarazo como cronista oficial y que seguiría en la calle Cementerio, frente a la casa del médico, por donde pasaban (y siguen pasando) todos los muertos, la segunda ocasión en que me sentí perteneciente a una comunidad, a un grupo de gente mucho más amplio que el de mi propia familia.
 Luego, una vez entrado en uso de razón, y familiarizado con esta zona del pueblo donde sobresalía la torre de la iglesia --cuya puerta conserva memoria de los recreos de los colegiales de la Escuela del sindicato, en uno de los cuales me bautizaron como “Virutas”, el mote del pequeño protagonista de la película Mi tío, que habían echado por entonces supongo que en el cine Alegría --, me enrolé como voz en la rondalla del cura don José Luque Requerey, que hacía giras navideñas por toda la comarca, la primera experiencia colectiva en la que, en teoría, prestaba un servicio a mi pueblo, además de disfrutar haciéndolo.
 El baile de las espadas, de raigambre inmemorial en Obejo, que también nos lo enseñaron por aquella época, lo ejecutábamos en el escenario del Parroquial como espectáculo de bodas.
 Mi pertenencia a colectivos folclóricos se completó en la banda de cornetas que creó Manolín el Torero, tras cuyos ensayos en la ermita regresábamos al pueblo con los labios tan hinchados que nuestras madres nos los tenían que aliviar con aceite.
 Con estas “prácticas” de disposición para la comunidad, aprobadas en teoría, la siguiente y casi definitiva fase fue la de monaguillo, menester que desempeñé con la sotana y esclavina que heredé de Rafalín García, cuya quinta ese año dejó de ayudar a misa, al menos en Villaralto.
 Ser monaguillo, además de prestar un servicio a la comunidad, significaba tener acceso a momentos imposibles para el resto de muchachos de tu edad. Casi como ser periodista, que te posibilita entrar en otros mundos, no para quedarte en ellos, sino para contarlos; conocías de primera mano cómo eran y cómo vivían los curas, sus aficiones y sus visitas; pero, sobre todo, te sabías casi de memoria los recovecos de las casas de las mejores familias, económicamente hablando, del pueblo --sobre todo la de la señorita Paulina--, que siempre tenían aceite para la lámpara del Sagrario y ascuas para el incensario.
 Ser monaguillo, en fin, te estimulaba la memoria, porque tenías que aprenderte las contestaciones de la misa en latín, te abría el carácter al tener que tratar con los piadosos, perseverantes y fervorosos feligreses y te posibilitaba observar la vida desde una perspectiva privilegiada: desde lo alto de la torre –cuyas campanas fueron la banda sonora de nuestra infancia--, desde el altar mayor y desde el púlpito. (La Iglesia siempre ha mirado desde arriba).
 Más adelante, aunque ya casi siempre desde la distancia, empecé a escribir artículos para el que llamábamos “Programa de Feria”, que editaba el Ayuntamiento y que, en teoría, era la revista oficial del pueblo, que salía una vez al año. Según la Historia de la prensa en Córdoba 1790-2010, de Antonio Checa, en 1950 comenzó a editarse esta revista bajo el nombre de “Ferias y fiestas en honor de Nuestra Señora la Santísima Virgen del Buensuceso”. Todavía continúa.
 Mi siguiente participación en un empeño colectivo de la comunidad villaraltera, ya fuera del universo religioso de la niñez y desde una perspectiva predominantemente laica, fue el de la salida a la calle de la revista El Jardal –cuya reedición en formato facsimil está preparando la Diputación a instancias del Ayuntamiento de Villaralto--, una fórmula de periodismo utópico que generó en nuestro pueblo uno de los movimientos socioculturales de más envergadura de los años 80, ejemplo en toda la comarca de Los Pedroches, el Colectivo Cultural El Jardal, de tan grato recuerdo.

Hoy, ya con notable control sobre mi tiempo, es como si regresara al lugar de donde nunca me he ido, Villaralto --donde tengo guardada el alma en una habitación de la casa número 17, antes 19, de la calle Ayuntamiento--, a relatar y justificar ante vosotros, mis paisanos, mi relación pública con el pueblo donde nací y que hoy me intitula como su cronista.
 Salí de Villaralto cuando no había coches de línea y el mundo se acababa cada día por la calle Real, donde se ponía el sol por el camino viejo de Hinojosa. Cogimos el taxi de Loreto hasta Alcaracejos y de allí el autocar hasta Córdoba, donde había váteres con cisternas que hacían mucho ruido. A la vuelta, la burra del abuelo de mi amigo Rafalín Violines sustituyó al taxi. Veníamos de hacer el ingreso en el Seminario de San Pelagio, que aprobamos.
 Luego me fui al mundo, a los hoteles de verano en Sitges, a las salchichas de Frankfurt, a la Coca-Cola de Barcelona, a Madrid, a Salamanca, a Sevilla, a Huelva y un día del Corpus, cuando las calles olían a juncia, romero y juncos recién cortados, volví a mi tierra, Córdoba… después de haber aprendido que el secreto para salir relativamente ileso de la vida es caminar sin sentirte ni superior ni inferior a nadie, ni siquiera ante el rey, y tratar de conservar una cierta mirada infantil.
Como en su día, suponemos, entendieron aquellos primeros habitantes de Villaralto, que instalaron su campamento en la cima de la calle Buensuceso, la parte más alta del villar. Aquellos pastores provenientes de Torremilano decidieron buscarse la vida por su cuenta porque su dignidad –no ser más pero tampoco menos que nadie—se lo exigía.
A la memoria de esos antepasados nuestros, desde este corral tan duro como las piedras y el granito y a la vez tan mullido y acogedor como un chozo, que se abrieron un hueco en la historia de Los Pedroches con los inconvenientes que conlleva un término municipal que cabe en un puño, me encomiendo --aunque yo sea hijo de barbero—para saber responder a la confianza que ha puesto sobre mí el Ayuntamiento de Villaralto.

 Porque sí, la patria será la infancia; pero la madurez debe ser el compromiso con esa patria, que es el pueblo, que guarda su alma y su memoria en el corral y en las estancias de este Museo del Pastor.

Manuel Fernández, agosto de 2014

El Grupo Municipal Socialista, como impulsor de esta iniciativa en nuestro Ayuntamiento, felicita  al nuevo Cronista Manuel Fernández ofreciéndole todo nuestro apoyo y admiración hacia su persona y hacia su nuevo cargo.

GRUPO MUNICIPAL SOCIALISTA  PSOE

Como portavoz del Grupo Municipal Socialista en nuestro Ayuntamiento, manifiesto mi más sincera felicitación a D. Manuel Fernández Fernández como nuestro nuevo Cronista Oficial de la Villa de Villaralto.
Pocas veces nuestro Ayuntamiento en Pleno ha sido tan unánime con la elección de la persona para ostentar y dignificar el ilustre título de Cronista.
Cuando nuestro Grupo propuso, ante el Pleno Municipal de nuestra Corporación, la creación de la figura del Cronista de la Villa todos los Grupos lo apoyaron unánimemente.
El mérito es de todos los concejales y concejalas.
Alguien dijo que el desarrollo de una sociedad se ve y se refleja en el grado de desarrollo cultural que posea.
 Hoy aquí, en este acto nuestro pueblo ha dado un paso más, un paso importante hacia su desarrollo cultural.
Cuando nos llegó el momento de elegir a la persona idónea para ostentar este título honorífico, todos los Grupos teníamos muy claro quien tenía que ser nuestro Cronista, Manolo Fernández “el periodista” para los villaralteros.
De sobrada experiencia en el mundo de las letras, de un gozado y trabajado prestigio como comunicador a nivel nacional.
Este Grupo Municipal Socialista quiere mostrar la alegría y el gozo que sentimos, por tener creada y adjudicada la figura del ilustre Cronista oficial de Villlaralto.
Pero queremos manifestar nuestro orgullo y nuestra mayor satisfacción, por tener sin duda alguna, el mejor  Cronista en Villaralto. El cual sabrá darle a este su pueblo, sin ningún género de dudas, el prestigio y personalidad que debe tener su título honorífico de Cronista de esta Villa, el cual conlleva el nombramiento añadido de concejal  honorario de Villaralto. Bienvenido compañero.
Quiero terminar manifestando el respeto y la admiración a su recuerdo, al recuerdo cariñoso que nos merece la figura del último Cronista que tuvo esta Villa D. Rafael Gómez Muñoz que en paz descanse.     El listón lo dejó muy alto con sus trabajos y crónicas, Manolo nos consta tu valía y miras de altura.

Enhorabuena a Manuel Fernández en nombre de este  Grupo Municipal y recoge la más sincera enhorabuena personal de este portavoz SocialistA.

                 Angel Silveria Alegre.
                Portavoz Socialista de Villaralto

No hay comentarios: